Hilvanes y pespuntes

Luis Carlos Emerich, 2006

La iconografía del mito de Penélope cambia:
su tela ya no es sinónimo de espera, no tiene
que deshacerla, ahora la puede exponer…

Labor domestica tradicionalmente femenina, el bordado no sólo ha significado delicadeza, paciencia y concentración silenciosa, sino también una de las tantas formas históricas de la subvaloración y la consecuente opresión de la mujer. Limitadas sus capacidades a tareas modestas ha conllevado su confinamiento al hogar y, por tanto, su marginación respecto al trabajo trascendente, privilegio masculino.

En los años ochenta del siglo XX la coincidencia del boom feminista con la liberación de los medios materiales y diversificación de las temáticas del arte, asentó las bases para la legitimación del discurso femenino mediante lenguajes plásticos y visuales que reconnotaron críticamente los propios instrumentos de su trabajo doméstico. La introspección a que inclina toda tarea rutinaria redirigió su potencial reflexivo al tratamiento de temas que la tradición consideraba “no presentables”, para mostrar los nudos ocultos en el revés del tejido social. Así, aspectos y funciones del propio cuerpo nunca antes explorados por mujeres, cuestionamientos de las diferencias, las fusiones y las confusiones de lo masculino y lo femenino, pero sobre todo la falacia del orden doméstico y la pareja como su centro de gravitación, han sido temas tan recurrentes como inagotables de ese filón de las artes visuales.

Desde entonces los materiales de la obra de Ornella Ridone han consistido en lienzos y cortes patronales de tela, prendas de vestir femeninas y masculinas, retacerías y elementos de diversas proveniencias cosidos o adheridos a manera de collages, que utilizados como recursos logísticos del universo doméstico le han permitido tratar múltiples situaciones y conflictos íntimos como metáforas de condiciones sociales generalizadas. Agujas y alfileres incisos en la tela, bordados con hilos e hilazas que a veces parecen tramas del sistema sanguíneo, además de dibujos, imágenes impresas, manchas y figuraciones humanas mediante vestimentas vacías, han sido los medios para plantear situaciones límite, con énfasis en la pareja y en la precariedad de sus satisfactores, a menudo puntuados por figuras admonitorias, tanto sacras como profanas, y por las acechanzas del desamor, la ausencia, la soledad, la enfermedad, la vejez y la muerte.

En este conjunto de obras, Ornella Ridone ha tornado dramática la función decorativa del bordado, convirtiendo sus primores en expresión de don útero, podría significar a todas las mujeres, mientras que la especificidad de la figura femenina sobre un fondo manchado de lo que semeja sangre seca, en Mi madre y la muerte (2005), personalizan a tal grado su sentido que inclina a la compasión.

Sin embargo, es aspecto más significativo de estas obras es la elevación del estatuto artístico y la reversión crítica del discurso de una labor manual entendida como una forma de tradición opresiva y de unos materiales que trocaron la suntuosidad por austeridad para acometer temas que durante siglos permanecieron sumergidos en el silencio impuesto, y asumido como una condición natural, de la bordadora y la costurera.