Hilo Rojo No. 3047 de Ornella Ridone es más que una exposición de bordados, en realidad es una “autobiografía colectiva”, la de su familia, integrada por sucesivas generaciones de bordadoras, al tiempo que una memoria visual “travestida” de su estirpe, es de- cir, personajes disfrazados y encubiertos de tal modo que hace que desconozcamos quien representa cada uno de sus vestidos aunque los evoque con sus preciosos dibujos bordados. En su precisa introducción al proyecto, Ornella nos plantea el objeto de su propuesta: “mostrar una serie de prendas femeninas en color blanco que he venido bordando en los últimos dos años con hilo de color rojo. Transformo el bordado en un lenguaje propio, para abordar el tema de las dinámicas familiares inconscientes. Convierto la tela en un mapa de relaciones consanguíneas que muestra cómo se van entretejiendo nuestras vidas con el destino de nuestros ancestros. Tales destinos nos llegan a tocar muy profundamente porque todos nosotros somos parte de un conjunto mayor, ordenado y estructurado, que es nuestro sistema familiar. Con el hilo y la aguja trazo un camino de acceso al alma familiar, entro en contacto con contenidos antiguos escondidos en el inconsciente generacional, expresados a través de las imágenes bordadas”…
¿Qué más decir al respecto? A los escritores y curadores a menudo nos toca reescribir historias y desvelar misterios que voluntariamente el artista ha deseado ocultar, unas veces por pu- dor, otras para mantener el enigma de sus referencias y evocaciones. No es este el caso: en esta muestra de arte más que textil Ornella Ridone se “desnuda” impúdicamente mediante sus “vestidos” y bordados familiares, valga la paradoja. Acaso me corresponda en esta ocasión la tarea de tramar otros tejidos mentales a sus bordados sentimentales, deshilacharlos con admiración y paciencia y enhebrarme ebrio a sus sugestivas imágenes, en suma, abocarme al borde del abismo de la interpretación más deliciosamente subjetiva… Sobre fantasmas, por ejemplo…
Considero que Ornella Ridone oficia esta reflexión sobre el alma familiar, y también en muchos aspectos sobre la identidad femenina, desde su doble e indisoluble condición de mujer y artista. Lo hace, como diría Thomas Mann, con una multicolor y móvil fantasmagoría de imágenes que dejan trasparentar lo ideal, lo espiritual: “Aquí se pone de manifiesto la tarea mediadora del artista, su papel mágico-hermético de mediador entre el mundo superior y el mundo inferior, entre la Idea y el fenómeno, entre el espíritu y la sensibilidad. Pues ésa es de hecho la posición cósmica, por así decirlo, del arte”… Semejante dimensión espiritual es la que reconocemos, transparentándose, en las obras de Paul Klee, por ejemplo, sobre todo en sus dibujos y acuarelas. Se trata de un modo de conocerse a sí mismo, dando voz e imagen al mundo y sus cuestiones esenciales; así lo expresaba Klee en sus diarios: “conócete a ti mismo”…
Sin duda, Ornella Ridone posee un mundo propio realmente singular, pero también un estilo y una estética que la caracterizan y representan diferenciada en este mundo del arte sin adjetivos: la peculiar caligrafía de sus bordados, su pausado automatismo, los rayados superpuestos, su vibración cromática, las formas primitivas e intuitivas que se trasparentan sin esfuerzo, la expresiva convivencia estética de lo abstracto (natural) y lo figurativo (construido), su poética significación, sus anhelos cósmicos, esa búsqueda de un cuerpo, un rostro, aun fantasmagóricos, que interroguen a su espectador…
Hilary Putnam señala que la relación que se establece entre nuestras representaciones mentales y los objetos externos a los que se refieren es una relación de “similitud literal”. Aquella representación o imagen mental fue llamada “fantasma” por Aristóteles; el fantasma compartía una forma con el objeto externo, es decir eran similares (aunque no iguales). Para la mente, el fantasma representaba el objeto; ambos, imagen mental y objeto, eran de algún modo similares pues compartían al menos la misma forma. Pero no compartían propiedades — según el griego—; por ejemplo, su “rojez”, es decir, la rojez en nuestras mentes no es la misma propiedad literal que la rojez del objeto… Así se entendían las relaciones de similitud, las analogías formales, mentales y “objetivas”, hasta que en pleno empirismo, en el siglo XVIII, el filósofo Georges Berkeley vino a derrocar la hipótesis aristotélica al afirmar que el mecanismo de la referencia es la similitud entre nuestras ideas, es decir, nuestras imágenes o fantasmas y lo que representan. Ninguna idea (imagen mental) puede representar o referirse a otra cosa que no sea una imagen o sensación. Sólo podemos concebir, pensar y referirnos a objetos fenoménicos —concluye Hilary Putnam—:
“nada puede ser similar a una sensación o imagen salvo otra sensación o imagen”…
Esta reflexión viene a cuento de las necesarias correspondencias entre los sentimientos y sensaciones que Ornella siente por el tema de las mujeres abuelas-madres-hermanas, su comprometida y solidaria subjetividad, y su tratamiento formal, su trasfiguración en esta serie de inquietantes vestidos bordados. Todo cabe y se expresa en un rostro, señalaba Walter Benjamín sobre lo alegórico: “Todo lo que la historia desde el principio tiene de intempestivo, de doloroso, de fallido, se plasma en un rostro; o, mejor dicho: en una calavera.” (…) “se expresa plenamente y como enigma, no sólo la condición de la existencia humana en general, sino también la historicidad biográfica de un individuo”… ¿Qué mejor alegoría que un cuerpo desdibujado, informe, tras el velo de la ignorancia, la tristeza perpetua o la blanca melancolía de estos personajes familiares? ¿Qué paisaje más pertinente que el de estas celosías de hilos?.
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